lunes, 12 de octubre de 2009

EL BOGOTAZO
Por Jorge Serpa Erazo Historiador y Escritor
Las esperanzas de una sociedad más justa terminaron con la muerte del líder que encarnaba las esperanzas de los más pobres.
Sobre el 9 de abril de 1948 se pueden escribir muchas cosas, pero sin duda las tres balas que segaron la vida de Jorge Eliécer Gaitán Ayala se convirtieron en el detonante que partió en dos la historia del siglo XX en Colombia
Pero, ¿qué significaba Gaitán en la sociedad colombiana para que ella reaccionara de la manera como lo hizo ante su asesinato? Nacido en Manta (Cundinamarca), Gaitán llegó a ser uno de los mejores penalistas y políticos de la época. Estudió en la facultad de derecho de la Universidad Nacional en 1925 y se graduó magna cum laude, en derecho penal en la Universidad de Roma. La astucia y habilidad política hicieron de Gaitán un verdadero caudillo que despertó admiración y se entronizó en el corazón de su pueblo. Fue el capitán del "país nacional" que se enfrentó valerosamente al "país político", señalando la politiquería, la corrupción, el fraude y el engaño como las plagas que carcomen a la Nación, oprimen al pueblo y no permiten progresar. Esta labor no sólo la realizaba en el Congreso de la República sino en la oficina de abogados que él tenía, lugar donde sucedería el magnicidio.
Al ataque
En la mañana de ese día, Juan Roa Sierra, un joven esquizofrénico que vivía en el barrio Ricaurte, salió de su casa sin bañarse ni afeitarse. Vestía un raído traje carmelita de paño rayado, zapatos amarillos rotos y un sucio sombrero de fieltro. A las 10 de la mañana se dirigió al centro de la ciudad, al famoso café Gato Negro, popular sitio de reunión de intelectuales, periodistas, poetas y bohemios, localizado a pocos metros del edificio Agustín Nieto, donde Gaitán tenía su oficina de abogado.
A las 9 de la mañana el caudillo llegó a su oficina. Hacia el medio día Roa Sierra se dirigió a la oficina del penalista. La secretaria, Cecilia de González, atendió la inesperada visita del extraño que solicitaba entrevistarse de inmediato con el jefe liberal. Al no ser atendida su petición Roa Sierra abandonó la oficina con muestras de altanería y desagrado, y se ubicó sobre la carrera séptima, cerca de la puerta del edificio.
Entre las 12 y la una de la tarde arribaron a la oficina Jorge Padilla, Alejandro Vallejo, Pedro Eliseo Cruz y Plinio Mendoza Neira, amigos personales de Gaitán. Hacia la una de la tarde Mendoza Neira invitó a los asistentes a almorzar al Hotel Continental: "Acepto, Plinio, pero te advierto que yo cuesto caro", contestó Gaitán. Al salir del ascensor Plinio Mendoza tomó del brazo a Gaitán y detrás siguieron Cruz, Padilla y Vallejo. En el momento que llegaron a la puerta del edificio, siendo la 1:05 de la tarde, Roa Sierra apuntó con el revólver a Gaitán, quien de inmediato se desprendió de Plinio y trató de regresar al edificio. En ese instante el homicida disparó tres veces sobre él. Apremiados por la inesperada circunstancia sus acompañantes buscaron un vehículo para llevarlo a la Clínica Central. Allí falleció cuando su amigo y médico Pedro Eliseo Cruz se disponía a practicarle una transfusión de sangre.
'El bogotazo'
Estupefactos, los transeúntes, loteros y lustrabotas del sector empezaron a gritar: "¡Mataron al doctor Gaitán!, ¡mataron al doctor Gaitán!, ¡Cojan al asesino!". Un cabo de la Policía capturó a Roa Sierra, lo golpeó y lo desarmó e ingresó con él a la droguería Granada cerrando la reja para proteger la vida del homicida. Cuando se le inquirió por las causas él respondió: "No puedo.son cosas poderosas que no puedo decir". Luego la turba enfurecida que se había formado en minutos sacudió la reja y la abrió. La muchedumbre ingresó y un lustrabotas le pegó con su caja de embolar en la cabeza. Roa Sierra cayó al piso. Lo sacaron de la droguería y sobre el andén lo masacraron.
La noticia de la muerte del jefe del liberalismo se difundió a todo el país. En Bogotá la turba que se había congregado frente a la Clínica Central bajó a la carrera séptima y engrosó la marcha macabra que se dirigía a Palacio. Al llegar a la carrera séptima con calle octava, desnudaron el cadáver de Roa y amarraron los pantalones a un palo para ser agitados como bandera revolucionaria mientras gritaban "¡Viva Colombia! ¡Abajo los godos!". En las otras ciudades del país la revuelta estalló en focos dispersos, parciales, en actitudes grupales o aisladas, pero reflejaban la situación de indignación del pueblo liberal.
Al llegar a Palacio los manifestantes arrojaron el cuerpo desnudo de Roa Sierra contra la puerta principal. De inmediato salieron del Batallón Guardia Presidencial 80 soldados al mando del teniente Silvio Carvajal y procedieron a dispersar a los manifestantes, quienes abandonaron el lugar replegándose hacia la Plaza de Bolívar.
Algunos grupos de revoltosos se congregaron en las esquinas bordes de la Plaza de Bolívar. Comenzaron los incendios en el sector; primero ardió el Palacio de San Carlos, luego la Nunciatura Apostólica, los conventos de las Dominicanas y de Santa Inés, la Procuraduría General de la Nación, el Instituto de la Salle, el Ministerio de Educación, la Gobernación de Cundinamarca, el Palacio de Justicia y los tranvías. A la par de los incendios se iniciaron los saqueos a los almacenes, joyerías y platerías.
A las 3 de la tarde salieron de la Escuela de Motorización (hoy Grupo de Caballería Mecanizado Rincón Quiñones), tres tanques de guerra y seis carros blindados al mando del capitán Mario Serpa rumbo a la Plaza de Bolívar. El capitán Serpa, para evitar el uso de las ametralladoras con que estaban provistas sus unidades blindadas, abrió la escotilla y trató de persuadir a los manifestantes para que se retiraran. En ese instante tres tiros hirieron mortalmente al capitán. De inmediato los tanques dispararon sobre la multitud.
Aunque el sector del Palacio Presidencial fue controlado por el Ejército, la autoridad en la capital desapareció. Los policías se sublevaron, apoyaron la revuelta, distribuyeron fusiles entre espontáneos francotiradores y, en la Quinta Estación, trataron de organizar con algunos líderes gaitanistas una junta revolucionaria para darle alguna dirección al movimiento insurgente y tumbar el gobierno de Ospina Pérez.
Hacia las 6 de la tarde llegaron a Palacio Darío Echandía, Carlos Lleras, Plinio Mendoza y Luis Cano. El presidente los recibió con sorpresa, pues él no los había invitado. Los dirigentes sugirieron que la solución era la renuncia del primer mandatario. Ospina les manifestó que eso provocaría una guerra civil, pues en el resto del país la situación estaba controlada, los gobernadores y alcaldes le respaldaban y las Fuerzas Militares adelantaban los operativos necesarios para restablecer el orden.
A medida que iban pasando los días la situación se fue normalizando: el 10 de abril Ospina nombró ministro de Gobierno al dirigente liberal Darío Echandía, el 11 de abril Laureano Gómez viajó rumbo a España, el 13 de abril se reanudaron la sesiones de la Conferencia Panamericana; en fin, la ciudad volvió a su tranquilidad y la violencia continuó, como fue habitual desde la década de los años, en las provincias y zonas rurales del país.
Qué cambió
Si después del asesinato de Gaitan Bogotá volvió a la normalidad, no hubo ningún cambio estructural en el gobierno ni en sus instituciones y la violencia partidista no nació a partir de este acontecimiento, ¿por qué el homicidio de Gaitán cambió la historia de nuestro país?
Porque su muerte recrudeció la exclusión y persecución política del contrario e hizo patente la crisis de legitimidad del Estado. La violencia que se generó en el campo provocó un desplazamiento masivo de la gente hacia las urbes, y fue de esta manera como las ciudades empezaron a tener asentamientos humanos subnormales conocidos como tugurios.
Los pobres de entonces engrosaron la clase media y los emigrantes y desplazados del campo formaron el estrato bajo e indigente que vive entre la penuria y el hambre. Esa nueva clase social, miserable y desposeída hasta de la esperanza, que sólo se tuvo en cuenta como un fenómeno migratorio, años más tarde sería otro factor de desestabilización que afectaría, al final del siglo XX, a toda la Nación colombiana.

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